Las “últimas obras” y, especialmente, los “póstumos” acostumbran a ejercer una especial fascinación sobre los historiadores de las ideas. En nuestro gremio se cotiza al alza cualquier texto, por breve que sea, que aporte un matiz insospechado a un sistema de ideas, o que permita intuir el “desliz final”, más o menos inquietante, de algún filósofo insigne. Los comentaristas adoran ese tipo de escritos y sacan pecho cuando pueden sugerir que: “Tal vez, Fulanito, de haber profundizado en tan fértil intuición...”. O hallan un argumento para perdonar excesos cuando previenen: “Sí, pero, en su última obra, Menganito se retractó de...”. Las “últimas obras” se vuelven significativas –o aún cruciales– porque tienden a abrir más incógnitas de las que despejan. Por eso mismo, insistir en la importancia de los dos textos estrictamente “últimos” de Popper, como su entrevista para la RAI: “Against Television” de 1993, y el artículo culminado pocos días antes de su muerte: “Una p