Takis Michas, periodista griego del matutino Eleftherotypia.
La debacle del Estado griego no debe verse como el simple resultado de estadísticas presupuestarias fraudulentas o de años de despilfarro. Más bien significa el colapso de un modelo de desarrollo económico que desde sus inicios en el siglo XIX siempre ha puesto a la política por encima del mercado.
El principio básico organizacional de la sociedad griega siempre ha sido el clientelismo, un sistema en el que se presta apoyo político a cambio de beneficios materiales. En esta situación, se vuelve primordial el papel del Estado como el principal proveedor de rentas para diversos grupos e individuos. El historiador griego Kostas Vergopoulos, de tendencia izquierdista, dice que “la estructura fundamental de Grecia nunca ha sido la sociedad civil, sino el Estado. Desde mediados del siglo XIX no se puede hacer nada en Grecia sin la mediación del Estado”.
En Grecia, el grupo social que se hizo cargo después de la liberación de los otomanos fueron los notables locales, cuyo poder radicaba no en su propiedad sobre la tierra, sino en el hecho de que actuaban como recaudadores de impuestos para sus antiguos gobernantes otomanos. De tal forma, la clase dominante que surgió en Grecia después de la independencia veía al Estado no como el protector de los activos ya existentes, sino como su principal fuente de ingresos.
La forma de hacer del Estado griego
Al mismo tiempo, el control del aparato estatal se convirtió en el principal mecanismo para la distribución de las recompensas materiales y las rentas. El más importante de éstos fue la provisión de puestos de trabajo en la Administración pública. A fines de 1880, Grecia ya tenía una de las burocracias estatales más grandes de Europa: por cada 10.000 habitantes, había 200 funcionarios públicos en Bélgica, 176 en Francia, 126 en Alemania y 73 en Gran Bretaña. En Grecia, eran 214. Tal y como observara el noble y autor francés Arthur Gobinau: “En Grecia, una sociedad en su conjunto parece estar operando bajo el lema de que mientras sólo el Estado tenga dinero, uno debe aprovecharse y trabajar como funcionario civil.”
Mucho tiempo ha pasado desde aquellos días. Grecia ha experimentado guerras, ocupaciones, dictaduras, revoluciones, terremotos, etc. Sin embargo, permaneció una constante: el clientelismo político como la principal doctrina de gobernabilidad.
Hoy en día existen tres tipos de beneficios que el Estado proporciona a grupos de presión e individuos.
El primero, y el más codiciado, es la sinecura en la Administración pública. Aproximadamente un millón de personas, o un cuarto de la fuerza laboral griega, está empleado por el Estado. Más del 80% del gasto público se destina a salarios, sueldos y pensiones de los trabajadores del sector público.
El segundo beneficio opera mediante la concesión de privilegios a diversos grupos profesionales, como abogados, notarios, propietarios de camiones, cargadores en los mercados centrales, farmacéuticos y oftalmólogos, creando de hecho tiendas cerradas que limitan la competencia en favor de los privilegiados.
La tercera categoría de beneficios son gravámenes sobre las diferentes transacciones que privilegian a grupos que no forman parte de la transacción. Por ejemplo, si usted abre un negocio en Grecia tiene que pagar el 1% del capital inicial para el fondo de pensiones de los abogados. Cada vez que usted compra un tique de barco, el 10% del precio se destina al fondo de pensiones de los trabajadores del puerto. Si vende suministros al Ejército, tendrá que pagar un 4% del dinero que recibe para financiar las pensiones de los militares.
Curiosamente, a veces se imponen gravámenes en beneficio de grupos que ya no existen. Tal es el caso de los estibadores en la isla de Santorini. Estos operadores portuarios dejaron de existir hace mucho tiempo. Sin embargo, una parte del precio de los tiques de los pasajeros que llegan en barco al puerto de Santorini todavía va para la (inexistente) asociación de los estibadores. Nadie sabe a dónde va el dinero.
Primero el pueblo, luego los mercados
Como resultado de estas estratagemas, más del 70% de la población griega recibe sus ingresos total o parcialmente de impuestos o gravámenes. Esto, a su vez, implica una intensa y feroz lucha por la distribución de los beneficios, lo que los economistas llaman “búsqueda de rentas”. De tal forma, una cantidad considerable de recursos que podría utilizarse para generar riqueza se gasta en la lucha por las rebanadas de un pastel económico en contracción.
Desafortunadamente, no existen estudios económicos que muestren cuánto dinero se está perdiendo en la búsqueda de rentas, pero podemos tener una idea al ver el efecto de las restricciones económicas en la perdida de producción.
Por ejemplo, unos estudios académicos sugieren que si Grecia abriera sus profesiones actualmente protegidas incrementaría su PIB en un 1%, y si eliminara las restricciones en los diferentes mercados aumentaría otro 2%. Si nivelara los costes burocráticos de hacer negocios con el resto de la Unión Europea, Grecia aumentaría su PIB en un 3,5%.
La izquierda ha argumentado, especialmente en los últimos años, que el principal problema del capitalismo es que supuestamente pone a “los mercados por encima de la gente”. Por eso cree que la intervención política es necesaria para domar a los mercados y restaurar al pueblo a su lugar legítimo de amo y no de esclavo del mercado.
El modelo griego proporciona la perfecta realización de esta visión. Grecia siempre ha puesto al pueblo -es decir, a los clientes- por encima de los mercados, con los resultados trágicos que vemos hoy en día.
La debacle del Estado griego no debe verse como el simple resultado de estadísticas presupuestarias fraudulentas o de años de despilfarro. Más bien significa el colapso de un modelo de desarrollo económico que desde sus inicios en el siglo XIX siempre ha puesto a la política por encima del mercado.
El principio básico organizacional de la sociedad griega siempre ha sido el clientelismo, un sistema en el que se presta apoyo político a cambio de beneficios materiales. En esta situación, se vuelve primordial el papel del Estado como el principal proveedor de rentas para diversos grupos e individuos. El historiador griego Kostas Vergopoulos, de tendencia izquierdista, dice que “la estructura fundamental de Grecia nunca ha sido la sociedad civil, sino el Estado. Desde mediados del siglo XIX no se puede hacer nada en Grecia sin la mediación del Estado”.
En Grecia, el grupo social que se hizo cargo después de la liberación de los otomanos fueron los notables locales, cuyo poder radicaba no en su propiedad sobre la tierra, sino en el hecho de que actuaban como recaudadores de impuestos para sus antiguos gobernantes otomanos. De tal forma, la clase dominante que surgió en Grecia después de la independencia veía al Estado no como el protector de los activos ya existentes, sino como su principal fuente de ingresos.
La forma de hacer del Estado griego
Al mismo tiempo, el control del aparato estatal se convirtió en el principal mecanismo para la distribución de las recompensas materiales y las rentas. El más importante de éstos fue la provisión de puestos de trabajo en la Administración pública. A fines de 1880, Grecia ya tenía una de las burocracias estatales más grandes de Europa: por cada 10.000 habitantes, había 200 funcionarios públicos en Bélgica, 176 en Francia, 126 en Alemania y 73 en Gran Bretaña. En Grecia, eran 214. Tal y como observara el noble y autor francés Arthur Gobinau: “En Grecia, una sociedad en su conjunto parece estar operando bajo el lema de que mientras sólo el Estado tenga dinero, uno debe aprovecharse y trabajar como funcionario civil.”
Mucho tiempo ha pasado desde aquellos días. Grecia ha experimentado guerras, ocupaciones, dictaduras, revoluciones, terremotos, etc. Sin embargo, permaneció una constante: el clientelismo político como la principal doctrina de gobernabilidad.
Hoy en día existen tres tipos de beneficios que el Estado proporciona a grupos de presión e individuos.
El primero, y el más codiciado, es la sinecura en la Administración pública. Aproximadamente un millón de personas, o un cuarto de la fuerza laboral griega, está empleado por el Estado. Más del 80% del gasto público se destina a salarios, sueldos y pensiones de los trabajadores del sector público.
El segundo beneficio opera mediante la concesión de privilegios a diversos grupos profesionales, como abogados, notarios, propietarios de camiones, cargadores en los mercados centrales, farmacéuticos y oftalmólogos, creando de hecho tiendas cerradas que limitan la competencia en favor de los privilegiados.
La tercera categoría de beneficios son gravámenes sobre las diferentes transacciones que privilegian a grupos que no forman parte de la transacción. Por ejemplo, si usted abre un negocio en Grecia tiene que pagar el 1% del capital inicial para el fondo de pensiones de los abogados. Cada vez que usted compra un tique de barco, el 10% del precio se destina al fondo de pensiones de los trabajadores del puerto. Si vende suministros al Ejército, tendrá que pagar un 4% del dinero que recibe para financiar las pensiones de los militares.
Curiosamente, a veces se imponen gravámenes en beneficio de grupos que ya no existen. Tal es el caso de los estibadores en la isla de Santorini. Estos operadores portuarios dejaron de existir hace mucho tiempo. Sin embargo, una parte del precio de los tiques de los pasajeros que llegan en barco al puerto de Santorini todavía va para la (inexistente) asociación de los estibadores. Nadie sabe a dónde va el dinero.
Primero el pueblo, luego los mercados
Como resultado de estas estratagemas, más del 70% de la población griega recibe sus ingresos total o parcialmente de impuestos o gravámenes. Esto, a su vez, implica una intensa y feroz lucha por la distribución de los beneficios, lo que los economistas llaman “búsqueda de rentas”. De tal forma, una cantidad considerable de recursos que podría utilizarse para generar riqueza se gasta en la lucha por las rebanadas de un pastel económico en contracción.
Desafortunadamente, no existen estudios económicos que muestren cuánto dinero se está perdiendo en la búsqueda de rentas, pero podemos tener una idea al ver el efecto de las restricciones económicas en la perdida de producción.
Por ejemplo, unos estudios académicos sugieren que si Grecia abriera sus profesiones actualmente protegidas incrementaría su PIB en un 1%, y si eliminara las restricciones en los diferentes mercados aumentaría otro 2%. Si nivelara los costes burocráticos de hacer negocios con el resto de la Unión Europea, Grecia aumentaría su PIB en un 3,5%.
La izquierda ha argumentado, especialmente en los últimos años, que el principal problema del capitalismo es que supuestamente pone a “los mercados por encima de la gente”. Por eso cree que la intervención política es necesaria para domar a los mercados y restaurar al pueblo a su lugar legítimo de amo y no de esclavo del mercado.
El modelo griego proporciona la perfecta realización de esta visión. Grecia siempre ha puesto al pueblo -es decir, a los clientes- por encima de los mercados, con los resultados trágicos que vemos hoy en día.
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