Ir al contenido principal

Cómo ser conservador - liberal - socialista: el credo Leszek Kolakowski (Jean Palette-Cazajus)

Jean Palette-Cazajus. Tomado del blog http://salmonetesyanonosquedan.blogspot.com.es

Leszek Kolakowski nació en Radom, Polonia, en 1927. Las persecuciones del régimen comunista lo llevan al exilio en 1968. Tras años de penosas andanzas la Universidad de Oxford y su prestigioso All Souls College le ofrecieron el soñado asilo donde desarrollar sin sobresaltos la originalidad de sus análisis del totalitarismo y su visión de la cultura europea y poscristiana. Allí falleció en 2009.

Confrontado al intransigente mesianismo marxista, reacciona preguntándose si una sociedad puede sobrevivir sin la presencia de fuerzas conservadoras. Las tensiones de la sociedad son las de la propia vida contemplada en su fenomenalidad biológica inmediata. Es decir sobre la base de la tensión primordial entre estructura y desarrollo. El conservatismo abandonado a sí mismo se muere por estancamiento. La artificialización sistémica de la realidad humana engendra ella la descomposición de las sociedades confrontadas al vacío estructural. “La quimera...tan extendida entre nosotros según la cual el hombre puede liberarse de todo, de toda tradición y que proclama que todo sentido se deja decretar según una voluntad o un capricho arbitrarios, lejos de abrir al hombre la perspectiva de una autoconstitución divina, lo deja suspenso en medio de la noche”.
Parte importante de su trayectoria intelectual fue la progresiva convicción de que no hay trama imaginable de la cultura europea sin la urdimbre de la cultura cristiana. Pero nadie espere de Kolakowski ortodoxias edificantes. Tras el derrumbamiento del mundo comunista le entró el temor a la reaparición, en su país de origen, de la vieja tradición “clerical, patriotera, meapilas y antisemita”, precisamente la que gobierna hoy en día en Polonia. “No me interesa la teología –decía–, sino la historia de la teología”. Para él, el resultado de la sola teología era el oscurecimiento de  la belleza de los textos sagrados. Él se solía definir como un “escéptico inconsecuente”. Para el pensador polaco, la cultura europea era la historia de la tensión entre duda y certeza , entre nihilismo, relativismo y fanatismo. Precisamente a este “autoenvenenamiento de las sociedades abiertas” estamos intentando aproximarnos aquí, de otra manera, modesta y desordenadamente, a lo largo de los últimos meses. 

El texto que ofrecemos a continuación a quienes todavía no lo conocieran se publicó en 1978 con el título que encabeza estos comentarios. La socorrida simpleza lo menciona a veces como el “Credo” de Kolakowski. Es tal su modestia, su claridad expositiva que tardamos en realizar que se trata de un estupendo compendio de lo mejor de la filosofía política en Occidente. Por la cuenta que nos trae, tardamos todavía más en admitir que nuestras habituales parcialidades ideológicas suelen denotar mala fe intelectual. Kolakowski admitiría que la condición heredada puede tener su responsabilidad, pero la evidencia, el carácter “performativo”, como dicen los lingüistas, del modesto breviario muestra a las claras que el sujeto individual elige visceralmente la parte antes que el todo o, lo que es lo mismo,  el antagonismo antes que la reflexión.

        ...« Avanzando hacia atrás, por favor”, es la traducción aproximada de una súplica que alguna vez escuché en un tranvía de Varsovia. La propongo como apotegma para la gran Internacional que no existirá jamás.

El conservador cree:

1. Que tratándose de la vida humana, no ha existido ni existirá progreso alguno que no implique un costo relativo de maldad y deterioro, por lo que en cada proyecto de reforma y mejoramiento debe tomarse en cuenta el factor precio. Dicho de otra forma: las desventuras son compatibles (podemos sufrirlas íntegra y simultáneamente), mientras que las cosas buenas se estorban o se cancelan unas a otras, al grado de que resulta imposible disfrutarlas  a un mismo tiempo y de manera plena. La existencia de una sociedad sin libertad ni igualdad es perfectamente posible; no lo es, en cambio, la de un orden social que combine de modo absoluto la igualdad y la libertad, la planeación y el principio de autonomía, la seguridad y el progreso técnico. La historia humana no conoce el “happy end”.

2. Que desconocemos el grado en que las distintas formas tradicionales de vida social -rituales familiares, nación, comunidades religiosas- influyen decisivamente en hacer más tolerable -y posible, incluso- la vida. No hay bases para creer que al destruir estas formas o al considerarlas irracionales, mejoramos nuestras posibilidades de dicha, paz, seguridad o libertad. No sabemos, a ciencia cierta, qué ocurriría si, por ejemplo, la familia monogámica fuera abolida, o si la vieja costumbre de enterrar a los muertos cediera el paso a un reciclaje racional de cuerpos con fines industriales. No lo sabemos, pero nada insensato sería esperar lo peor.

3. Que la  idée fixe  de la Ilustración, según la cual la envidia, la vanidad, la ambición y la agresión se originan en deficiencias de las instituciones sociales y desaparecerán en el momento en que éstas se transformen, no sólo es absolutamente increíble y contraria a la experiencia, sino que resulta peligrosa ¿Cómo fue posible, entonces, que surgieran  todas estas  instituciones si contrariaban a tal grado la verdadera naturaleza humana? Confiar en que podemos institucionalizar la hermandad, el amor, y el altruismo, equivale a institucionalizar otra cosa: el despotismo.

El liberal cree:

1. Que sigue siendo válida la antigua idea de que el propósito del Estado es la seguridad: válida incluso si la noción de seguridad se extiende hasta incluir no sólo la protección de las personas y la propiedad a través de la ley sino otras varias instancias: que a los desempleados no los mate el hambre ni a  los pobres la falta de atención médica; que los niños tengan acceso a la educación. Pero no hay que confundir seguridad con libertad. El Estado no garantiza la libertad mediante su acción reguladora en las diversas áreas de la vida, sino todo lo contrario, la garantiza mediante su abstención.

De hecho, la seguridad puede ampliarse sólo a expensas de la libertad. En todo caso, hacer a la gente feliz no es responsabilidad del Estado.

2. Que las comunidades humanas están amenazadas, no sólo de estancamiento sino de degradación, si se organizan al grado de asfixiar toda iniciativa individual, todo espíritu de inventiva. Se puede concebir un suicidio colectivo del género humano, pero no un permanente hormiguero de hombres, y esto por una simple razón: no somos hormigas.

3. Que es improbable la supervivencia de una sociedad en la que todas las formas de competencia fueran abolidas. Sin ellas faltarían también los estímulos imprescindibles de creatividad y progreso. La igualdad no es un fin en sí mismo, es un medio solamente. En otras palabras: no tiene caso luchar por una mayor igualdad si el resultado es una nivelación hacia abajo de los privilegiados en vez de una nivelación hacia arriba de los no privilegiados. La igualdad perfecta es un ideal que se aniquila a sí mismo.

El socialista cree:

1. Que las sociedades en donde la búsqueda de la ganancia es el único regulador del sistema productivo están amenazadas por catástrofes tan o más dolorosas que las sociedades en las que esta búsqueda ha sido completamente eliminada. Hay razones de peso para creer que es bueno limitar la libertad económica en favor de la seguridad  y evitar que el dinero produzca, automáticamente, más dinero. Pero esta limitación de libertad es precisamente eso, limitación de la libertad, y no una forma superior de libertad.

2. Que es hipócrita y absurdo concluir que sólo porque una sociedad perfecta y sin conflicto es imposible, son inevitables todas las formas existentes de desigualdad, y justificada toda búsqueda de ganancia. El tipo de pesimismo antropológico conservador que abomina de un impuesto sobre la renta progresivo, resulta tan sospechoso como el optimismo histórico detrás del Archipiélago Gulag.

3. Que aun a costa del crecimiento concomitante de la burocracia, debe afirmarse la tendencia a sujetar a la economía mediante controles sociales, ejercidos, ciertamente, en un contexto de democracia representativa. Para contrarrestar la amenaza a la libertad que produce el crecimiento de esos controles, es preciso planear instituciones adecuadas.

Tengo para mí que estas ideas reguladoras no se contradicen y que, por lo tanto, es posible ser un conservador-liberal-socialista.

En cuanto a la todopoderosa Internacional que mencioné al principio, pienso que su inexistencia está plenamente asegurada: no garantiza la felicidad entre los hombres.


Comentarios

Entradas populares de este blog

¿Por qué no soy comunista? por Bertrand Russell

A modo de presentación (Platypus, editor del Blog) Los escritos breves de Bertrand Rusell tienen una capacidad explicativa y sintética prodigiosa, como cabría esperar del un filósofo de la Escuela Analítica. Y en este caso apenas puede el texto adaptarse de manera más precisa que guante a mano: resume y condensa clara y esquemáticamente mi estado de opinión actual y quizá es una de las deconstrucciones más coherente metodológicamente de una ideología que se pretende científica: el Marxismo. Tanto mejor hubiese dispuesto de él en mis años mozos universitarios, pues mi adhesión primera al marxismo, aparte de la inquietud juvenil, se veía reforzada por la casi incuestionada convicción de encontrarme frente a una "ciencia". Tal era el grado de autoseguridad que veía la mentalidad del resto de los mortales no acólitos una estrechez lamentable, fruto de un supuesto 'adoctrinamiento del sistema o de una mezquindad personal irritante. Pero eso fue entonces y de ahí mi actua

Los PLACERES del SUFRIMIENTO y el sentido de la vida

Simone Weil sobre la atención como una forma de amor (Pijama Surf)

Por Alejandro Martínez Gallardo Po Existen muchas definiciones y entendimientos memorables del amor en la literatura y en la filosofía. Seguramente el más famoso e influyente de todos es el de Platón en El banquete , el cual representa una especie de iniciación para el alma occidental. Después de que los comensales afirman que el amor es un daemon -una divinidad que enlaza el cielo con la tierra- e introducen el famoso mito del hermafrodita, de donde se deriva la idea del alma gemela, es el turno de Sócrates, quien descansa su autoridad en lo que le ha narrado Diotima, sacerdotisa de Eros. Es esta figura semilegendaria, que luego sería objeto de innumerables poemas y personificaciones, la encargada de enseñar una doctrina anagógica del amor, es decir, del amor como una escalera que eleva el alma hacia lo divino  o hacia la realidad última, en este caso, la belleza eterna. "El amor", dice Diotima, "es el deseo de lo bueno (y bello) para siempre". Un de