En el discurso inicial de Pablo Iglesias durante la pasada moción de censura, éste hizo una curiosa (por no decir estrambótica) interpretación de la Historia de España que venía a asumir básicamente el discurso de los separatistas: España no ha conseguido nunca consolidarse como nación mientras sus diversos territorios cuentan con una legitimidad propia no derivada de ninguna constitución española. La culpa sería de los borbones (franceses) aunque paradójicamente se asume como hecho evidente que España no es Francia. No se indaga mucho más. En consecuencia, a lo que podemos aspirar como mucho, casi por maldición histórica, sería a devenir una realidad plurinacional donde cada una de sus “naciones” (éstas al parecer sí) puedan decidir libremente su destino sin contar con el resto. La fórmula mágica para que pudiera funcionar un Estado así concebido (o lo poco o mucho que quedara de él) sería la “fraternidad entre heterogéneos” (sic.).
A todo ello se añade la letanía habitual de que todos los males de España se derivarían a una derecha supuestamente cavernícola que nunca habría logrado su infausto objetivo de mantener a España unida, mientras ninguna culpa habría en los grupos que pretenden destruirla. A esto le llaman ser (post) moderno. Este discurso ingenuo y simplista fue recibido obviamente con grandes loas y aplausos por ERC y Bildu, felicitándose de que “por fin” un partido español fuera tan abierto e inteligente (¿o tonto útil?) para entenderlos y prestándose en lógica y generosa contrapartida a acabar con la segunda restauración monárquica, “tan corrupta como la primera” y culpable de todos los males. Ninguna referencia a la corrupción “transversal” catalana del 3% y de la familia Pujol ni a la sobrefinanciación del País Vasco, ni a que fuera precisamente una “República” la que impusiera a sangre y fuego (entre otros medios “democráticos” con levas forzosas en los territorios discrepantes, y con bayoneta y guillotina en la mano) el centralismo y la única lengua en Francia, acabando con las lenguas regionales (incluidas el catalán y el vasco) y con las demás singularidades territoriales, por de pronto Bretaña y Córcega además de la parte francesa catalana y vasca. Y eso que para Fernand Braudel Francia sigue siendo “el país más diverso de Europa”. Ese análisis no interesa hacerlo. Parece que (parte de) la izquierda española no logra sacudirse la pleitesía intelectual un tanto bobalicona que ha prestado siempre a todo lo francés, manteniendo el doble discurso según se encuentre al norte o al sur de los Pirineos.
Llevaría a risa oír tal serie de simplificaciones conceptuales y falsedades históricas si no fueran puestas en la boca de una persona que aspira (y puede) gobernar España. Pero es que además esta tesis supone traicionar frontalmente los rudimentos básicos de la izquierda de cualquier lugar del mundo, y de manera especial la memoria histórica de la española. Veamos:
1.- Apoyar las reivindicaciones de los
separatistas supone ser cómplices del plan para que los (territorios)
más ricos obtengan privilegios pues solo éstos pueden plantear la
independencia, minusvalorando para ello necesariamente el sentido de
comunidad y solidaridad con el resto. En el año 2012 el semanario alemán
Der Spiegel publicó un reportaje titulado “La hora de los egoístas” donde se analizaba el caso español señalando que: “la
crisis impulsa a los separatistas en varios países de la UE y las
regiones ricas ya no sienten la solidaridad con las regiones más pobres
del país”. Los (territorios) más pobres, por muchos derechos históricos que atesoren, no pueden ni les conviene plantearlo.
Como consecuencia, para Podemos un pobre
catalán o vasco vale más que un pobre extremeño o andaluz, y resulta
bueno y legítimo que estén sobrefinanciados en relación con el resto,
como lo es que se rompa la caja única de la Seguridad Social. Es decir,
de esta manera, más allá de sus proclamas grandilocuentes, se propone
perjudicar en la práctica a los más desfavorecidos y respaldar a los más
privilegiados. En el colmo de la ingenuidad y el buenismo se plantea
como solución “mágica” de este rompecabezas (y otras muchas cosas) la
“fraternidad entre heterogéneos”. Es decir sería la bondadosa y libre
voluntad de los territorios más ricos (y ya potencialmente
independientes) la que garantizaría la solidaridad. Es decir en un
alarde de incoherencia se propone como sistema de financiación
interterritorial lo que se rechaza que haga Amancio Ortega. Con una
importante diferencia: éste ha demostrado con hechos que está dispuesto a
hacer grandes donaciones para favorecer a los más desfavorecidos,
mientras la experiencia con el funcionamiento del cupo vasco muestra
precisamente todo lo contrario.
2.- Sería muy largo de rebatir todos los
errores que fundamentan la visión sectaria y simplista de nuestra
Historia que hace Iglesias. Para ello me remito a mi libro La Conjura silenciada contra España,
pero por ahora baste destacar un dato: la alianza de la izquierda
española con los separatistas no solo resulta “contra natura”, en
términos ideológicos o de igualdad, sino que supone no haber aprendido
nada de las lecciones que nos ofrece el pasado (a menudo escondido).
¿Por qué pierde el Frente Popular la guerra? En lo único en que
estuvieron de acuerdo Prieto, Azaña y Negrín fue en hacer frente a la
traición, que los tres reconocieron en plena guerra, del nacionalismo
catalán y vasco. Negrín llegó incluso a manifestar que no dudaría en
ponerse: “a gritar en la plaza de Cataluña que si la guerra se
pierde, se perdería principalmente por la conducta insensata y egoísta
de Cataluña” (citado por Julián Zugazagoitia, que fue su asistente, en Guerra y vicisitudes de los españoles).
Por ello decidió Negrín trasladar el gobierno a Barcelona, para tratar
de incorporar de forma sincera a Cataluña a la guerra, y reunir al
parlamento nacional (español) en la Abadía de Montserrat. Pero no sólo
Negrín, Manuel Azaña, uno de los mayores defensores en España del primer
Estatuto de autonomía catalán de la Historia, manifestaba en La velada de Benicarló, por boca de Garcés:
“Los periódicos, e incluso los
hombres de la Generalidad, hablan a diario de la revolución y de ganar
la guerra. Hablan de que en ella interviene Cataluña no como provincia
sino como nación. Como nación neutral, observan algunos. Hablan de la
guerra en Iberia. ¿Iberia? ¿Eso qué es? Un antiguo país del Cáucaso…
Estando la guerra en Iberia puede tomarse con calma. A este paso, si
ganamos, el resultado será que el Estado le deba dinero a Cataluña. Los
asuntos catalanes durante la República han suscitado más que ningunos
otros la hostilidad de los militares contra el régimen. Durante la
guerra, de Cataluña ha salido la peste de la anarquía. Cataluña ha
sustraído una fuerza enorme a la resistencia contra los rebeldes y al
empuje militar de la República”.
¿Y los nacionalistas del PNV?
Cabe recordar que entonces no existía todavía ETA ni nada que se
pareciera a Batasuna o Bildu. El PNV lo copaba todo. ¿Y qué hicieron los
gudaris vascos? Pues traicionar a la República pactando con los
fascistas italianos su rendición, e incluso facilitándoles la vía para
atacar a los republicanos. De los 100.000 miembros del ejército
republicano del norte, 30.000 eran nacionalistas vascos o afines. No
dudaron en sabotear el contraataque republicano. Así pagaron los
esfuerzos de la República para aprobar el Estatuto de Autonomía y
tolerar múltiples desplantes y afrentas durante los años que duró. Lo
más relevante de esta traición es que cuando el ejército republicano se
replegó sobre Santoña todavía tenía posibilidades de dar la vuelta al
frente del Norte y con él a toda la guerra civil. De hecho, Franco
manifestó que la rendición de Santoña supuso la clave para decantarse a
favor de los sublevados la guerra. Y todo ello sin entrar en el asunto
espinoso de las relaciones del nacionalismo vasco con el nazismo alemán,
sobre lo que me remito al excelente película-documental Una esvástica sobre el Bidasoa,
de Javier Barajas y Alfonso Andrés Ayarza, que se estrenó en 2013, y
que no solo no ha recibido ningún Goya, sino que resultó enormemente
difícil de ver incluso en Madrid.
Pero es que además la izquierda española
también ha “olvidado” que el nacionalismo vasco y catalán trataron (en
plena guerra civil) de pactar cada uno por su parte con Inglaterra y
Francia para separarse de España dejando sola a la República. Negrín
logró parar esas maniobras, que no llegaron a obtener gran eco. No
obstante, existieron planes concretos de Francia para intervenir
directamente, aprovechando la debilidad de España. ¿Para apoyar a la
República, ya moribunda? No amigos, sino con el ánimo de anexionarse
directamente Cataluña, Baleares y Marruecos. Solo la rápida derrota de
Francia a manos de los nazis impidieron esos planes.
Y sin embargo…, con estos antecedentes
gran parte de la izquierda española ha venido considerado
tradicionalmente (y lo sigue haciendo) al nacionalismo vasco y catalán
como la derecha moderna con la que se podía/debía pactar, al tiempo que
se asumía su discurso victimista, mucho más si se trataba de grupos
separatistas… de izquierda. Con ello solo se hacer reforzar la leyenda
negra interna y externa anti-española y debilitarnos: España es
diferente (discurso por cierto típicamente franquista) y nos merecemos
lo que nos pasa.
No aprendemos. Tal vez todo se deba a
que España, a diferencia de Roma, sí gusta de pagar ingenuamente a
traidores. Eso, y a que nos gusta practicar la memoria selectiva y la
doble vara de medir.
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