La noticia de la expulsión del profesor Francisco Ayala de la Universidad de California en Irvine (UCI) ha pasado demasiado desapercibida para el profundo significado que encierra el nada banal incidente. Francisco Ayala, de 84 años, español y americano, es uno de los más reputados expertos vivos en evolución humana y genética. Ha desarrollado la mayor parte de su carrera en los Estados Unidos, acumulando todo tipo de distinciones y honores. Además es un generoso mecenas de su institución universitaria, a la que ha donado más de diez millones de dólares –obtenidos de premios y de su trabajo como viticultor-, siguiendo la tradición filantrópica que ha convertido a las universidades americanas en vanguardia científica mundial. En no menos tradicional correspondencia, la UCI bautizó con su nombre una Facultad y una Biblioteca del campus. Sin embargo, tras una denuncia por acoso sexual típica del activismo MeToo, Ayala ha sido expulsado de esta institución de la manera más humillante posible, como cuenta el New York Times.
El profesor Ayala parece ser otra víctima propiciatoria de la activísima y al parecer intocable Inquisición de Género
¿Cómo es posible que la UCI expulse de
esta manera a uno de sus científicos más veteranos, respetados y
premiados, además de filántropo ejemplar? Su amigo y colaborador Camilo
Cela Conde lo explicaba en un breve artículo
del Diario de Mallorca donde denuncia la injusticia de fondo de la
expulsión de Ayala (a la que se añadía la fea represalia de quitarle un
doctorado honoris causa por la UIB). El caso es que el profesor
Ayala parece ser otra víctima propiciatoria de la activísima y al
parecer intocable Inquisición de Género. Y precisamente, creo yo, por
formar parte de la élite científica mundial, ser un referente de una
gran universidad americana y haber sido, entre otras cosas, asesor
científico del Presidente Clinton y presidente de la asociación que
edita la poderosa revista científica Science. En términos
políticos, el contexto que corresponde, el profesor Ayala era una pieza
de caza mayor, y la ideología de género ha logrado cobrársela a través
del MeToo.
¿Asaltar los cielos cazando hombres?
Ya hemos dado una vuelta en El Asterisco al significado profundo de la ideología de género.
Esta ideología no es la radicalización del feminismo histórico,
entendido como activismo para la completa emancipación de la mujer
(sexual, educativa, laboral, política, intelectual…) de una indudable
opresión histórica, sino una derivación distinta implicada en el asalto
populista a la democracia.
La ideología de género forma parte de un
movimiento hostil a las democracias consideradas “burguesas” por la
paleoizquierda, que buscan en el populismo y en el “empoderamiento” de
movimientos comunitarios una fuerza política “hegemónica”, sustituta de
la declinante y derechizada “clase obrera” de la sociedad industrial en
el papel de “vanguardia política” para el asalto a la democracia y el
destierro del pluralismo.
El populismo izquierdista ha buscado en la ideología de género un aliado necesario para imponer su poder “hegemónico” por otros vericuetos
Por razones históricas la “dictadura del
proletariado” es indefendible, y el populismo izquierdista ha buscado
en la ideología de género un aliado necesario para imponer su poder
“hegemónico” por otros vericuetos. Sigue siendo un poder político
entendido como exclusión y persecución de los diferentes y disidentes,
es decir, un poder al estilo de Venezuela: formalmente existe la
oposición política, pero sin la menor oportunidad de gobernar ni aunque
gane las elecciones con mayoría absoluta. Este objetivo explica la
colaboración de teóricos del populismo antisistema, la hegemonía de
partido y de la ideología de género, como el libro ya clásico de Judit
Buttler, Ernesto Laclau y Slavoj Zizek Contingencia, hegemonía, universalidad. Diálogos contemporáneos en la izquierda, una Biblia para el movimiento antisistema izquierdista que en España llamamos podemismo.
La noción de “heteropatriarcado
capitalista” ha sustituido a la marxista de “capitalismo” con la obvia y
bastante exitosa intención de hacer olvidar los crímenes leninistas y
trasladar a las mujeres (y a homosexuales y otras minorías disponibles)
el papel de ejército anticapitalista antes atribuido al proletariado.
Que las mujeres siguieran discriminadas y sometidas en los países
socialistas, los homosexuales asesinados o encerrados en campos de
concentración, y las minorías étnicas negadas o encerradas en reservas,
no es ningún obstáculo para quienes aspiran a ponerse al frente de
nuevos experimentos revolucionarios a través de la manipulación
sistemática de los sentimientos sociales y la historia.
Esta amalgama ideológica impregna el
discurso político de Podemos y ahora también del PSOE. Han asumido que
la izquierda hegemónica, es decir antidemocrática, será de género o no
será, y que llegará al poder con estrategias de género o nunca llegará. Y
entiéndase que no se trata del legítimo “ascenso al poder” a través de
elecciones legítimas y votos, de un poder temporal que sigue las reglas
del juego democrático, sino de quedarse con el poder cambiando esas
reglas. Por ejemplo, sustituyendo el Poder Judicial del Estado de
Derecho por un sistema paralelo de tipo inquisitorial como el que MeToo
ha implantado en Estados Unidos, a través de la eficacísima industria
del espectáculo, y exportado al resto del mundo.
El profesor Ayala es una víctima
reciente de esta estrategia de asalto al poder utilizando instrumentos
de gran poder emocional, como la denuncia de la violencia sexual
empleada por hombres poderosos para someter, explotar y humillar a las
mujeres. La estrategia es doble, porque no sólo recurre a la explotación
manipulada de sentimientos sociales muy extendidos, como el rechazo de
la violencia sexual contra las mujeres, sino que elude las instituciones legítimas para actuar por los intersticios del sistema.
Así, las cuatro denunciantes del
profesor Ayala no recurrieron a un juzgado, probablemente porque ninguno
de los hechos imputados es delito (tocar el codo y la espalda, saludar
besando, hacer chistes, piropear), sino a una comisión universitaria
donde contaban con suficiente apoyo para lograr su propósito. Ventaja
facilitada porque, irónicamente, la principal denunciante ocupa la Ayala Chair in Ecology and Evolutionary Biology,
y todas ellas son miembros –juez y parte- del Departamento del Comité
de Ética (¿?) que “juzgaba” sus denuncias. Y cualquiera que conozca cualquier
universidad sabe que un profesor jubilado, por emérito que sea, no
tiene ningún poder real frente a un catedrático (catedrática en este
caso) en activo.
La inquisición de género contra el Estado de Derecho
El “contacto físico” está prohibido en la UCI y otros templos de la corrección política, donde esta clase de gestos que ofenden al puritanismo protestante bastan para una acusación de acoso sexual sistemático
Los hechos denunciados eran que Ayala
una vez tomó por el brazo a una compañera, tocado la espalda a otra,
llamado guapas a algunas más en actos públicos, y saludar besando en una
fiesta privada. El “contacto físico” está prohibido en la UCI y otros
templos de la corrección política, donde esta clase de gestos que
ofenden al puritanismo protestante bastan para una acusación de acoso
sexual sistemático. Es posible que Ayala cayera muy antipático a mujeres
que no querían tenerlo a menos de tres metros o consideren un beso de
saludo abuso sexual, pero Ayala tampoco tuvo la oportunidad de
defenderse con testimonios de terceros, incluyendo el de colegas,
colaboradoras y alumnas suyas dispuestas a ofrecer una interpretación
muy diferente de su conducta habitual.
La UCI expulsó primero a Ayala y luego
le pidió explicaciones, el informe oficial sobre la expulsión no ha sido
hecho público y las acusadoras insinúan posibles acciones judiciales si
el réprobo no acepta la condena. Se ha tratado pues de un proceso
típicamente inquisitorial o estalinista: la víctima ya está condenada
por el hecho mismo de ser procesada; no se admiten testimonios
contradictorios; la carga de la prueba recae en el acusado y no en la
acusación; se aplican acusaciones retroactivas por hechos que en su
momento no eran ilegales ni motivaron denuncia alguna; el acusado paga
con sus bienes el proceso; sufre la pena de escarnio público y el
consiguiente rechazo y aislamiento social. Un acusado por el senador
MacCarty de “actividades antiamericanas” tenía más posibilidades de
defensa porque, al menos, el proceso era público.
Las penas contra Ayala ya han sido
ejecutadas a pesar de que un grupo de científicos y científicas de
prestigio en ese campo haya suscrito una carta apoyando públicamente a
Ayala. La influencia de esa carta de especialistas no es comparable al
efecto de la denuncia informativa en los medios de comunicación de
masas. Como ya nos tienen acostumbrados, los medios de comunicación
supuestamente independientes dieron mucho más pábulo a la expulsión
ignominiosa de Ayala que a las condiciones objetivas en que ésta se ha
producido y las protestas contra esta actuación contraria al derecho más
elemental. Todos callan y colaboran asustados con la intocable
ideología de género.
Cuando todos callan ante la injusticia, el próximo objetivo puede ser cualquiera; esa es la lógica y el doble objetivo del totalitarismo
Cuando todos callan ante la injusticia,
el próximo objetivo puede ser cualquiera; esa es la lógica y el doble
objetivo del totalitarismo tal como lo explicó brillantemente una gran
mujer y filósofa, Hanna Arendt, a la que nunca se le pasó por la cabeza
acusar de “acoso sexual” a su profesor y amante Martin Heidegger cuando
éste permaneció impasible ante algo muchísimo más grave que recibir un
beso no solicitado o un piropo pegajoso: la persecución nazi de los
judíos, incluida la profesora Arendt que tuvo que exiliarse para no ser
asesinada. No sé si esta comparación dará la medida de cuánto estamos
retrocediendo en integridad ética, altura intelectual y decencia
política.
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