Una de los dogmas más típicos del ethos cognitivo
del científico es el realismo. La mayoría de los científicos con
quienes debatas tendrán una concepción realista del conocimiento. Será
común que sostengan, con más o menos matices, que el mundo objetivo es
real y que, nosotros, mediante el método científico, tenemos acceso a
esa realidad. Es posible un conocimiento objetivo del mundo y la ciencia
es el camino adecuado para conseguirlo.
De
la misma forma, cualquier científico que se precie aceptara, sin lugar a
dudas, la teoría de la evolución darwiniana. Aplicándola a la
percepción de la realidad, es bastante lógico pensar que la selección
natural premiaría el realismo, ya que un organismo incapaz de percibir
dónde está, realmente, el alimento, la pareja o un posible depredador,
tendría pocas probabilidades de sobrevivir. Siguiendo el recto
gradualismo darwiano, sistemas perceptivos tan sofisticados como el de
un ave rapaz, serían fruto de pequeñas variaciones que irían
progresivamente dando al pájaro una visión cada vez más aproximada a la
auténtica realidad.
Entonces
llega el psicólogo cognitivo de la Universidad de California, Irvine,
Donald Hoffman y lo pone todo patas arriba. Hoffman va a llevar a sus
máximas consecuencias una determinada idea que parece innegable para
cualquier darwinista: un organismo no necesita percibir toda la realidad
tal cuál es, solo la que necesite para aumentar sus posibilidades de
supervivencia y reproducción (se usa el término fitness). Si la selección natural premia mucho la economía de medios,
percibirlo todo es un derroche absurdo. Pero es más, no hace falta
siquiera percibir una sección de realidad, sino solo un esquema, un
indicador, una señal que nos sirva para tomar la decisión que aumente
nuestro fitness. Pongamos un ejemplo (que no es de Hoffman pero creo que
es más ilustrativo). Vamos conduciendo y tenemos que pasar por un cruce
muy peligroso. La carretera que tenemos que cruzar tiene cinco carriles
repletos de coches pasando a toda velocidad. Ver cuando no viene ningún
coche, y calcular que nos dé tiempo a cruzar antes de que aparezca el
siguiente, es una tarea compleja. No obstante, para eso se inventó el
semáforo. Cuando llego al cruce no tengo que percibir todo el tráfico,
solo con fijarme en una sola señal, un solo estímulo, la luz del
semáforo, ya puedo cruzar sin peligro alguno. En cierto sentido, la luz
del semáforo está resumiendo, simplificando toda la complejidad del
tráfico a una combinación binaria: verde no pasan coches, rojo sí
pasan. Pensemos el ahorro de recursos perceptivos que supone el
semáforo que, sin duda, sería elegido por la selección natural si
tuviese que "diseñar" un organismo cruzador de carreteras.
Pero es más, contra toda intuición, nuestro organismo bi-perceptor
no percibiría absolutamente nada que tuviese que ver con la realidad.
En la carretera no hay nada como luces rojas o verdes, y una luz roja o
verde no se parece en nada a un denso flujo de automóviles. Nuestro
organismo estaría utilizando lo que Hoffman denomina interfaz, que
es algo muy parecido al escritorio de tu ordenador. Cuando hacemos clic
en el icono del reproductor de vídeo para ver una película, el icono no
tiene ningún parecido al complejo sistema de circuitos, voltajes y
magnetismos que se activa para que veamos la película. Lo realmente
inquietante es que esto implica que, lo más probable, es que vivamos
completamente ciegos a la auténtica realidad y que la "pantalla de
nuestra consciencia" nos ofrezca un juego de símbolos que nada tienen
que ver con lo que exista allí fuera.
Y
más aún, no es que no percibamos cualidades objetivas, sino que la
función de fitness es una relación entre el mundo, las cualidades del
organismo en cuestión y su estado actual; por lo que la información que
recibimos no es del estado del mundo, sino del estado de dicha relación.
Por ejemplo, si nuestro organismo necesitara un determinado nutriente
con mucha urgencia, es posible que mostrara una interfaz diferente a si
lo necesita con menos premura. O, podría ser que nuestra interfaz
mostrara con especial intensidad "situaciones" en las que las
posibilidades de aumentar el fitness son muy altas o muy bajas, pero
ignorara todas las demás.
Para
fundamentar su tesis con más fuerza Hoffman, se basa en una serie de
simulaciones informáticas en las que se ponen a competir diferentes
estrategias perceptivas para conseguir optimizar su función de fitness.
En las simulaciones realizadas por el discípulo de Hoffman, J.T. Mark,
las estrategias de interfaz eran muy superiores a las realistas, más
cuando se aumentaba la complejidad de las simulaciones, ya que esto
producía que las estrategias realistas tuviesen que almacenar cada vez
más información irrelevante. Basándose en ello, Hoffman llega a la
controvertida afirmación de que el realismo es, evolutivamente, tan malo
que.. ¡con total seguridad, la selección natural jamás lo eligió!
Pero, ¿no caeríamos de nuevo en la falacia del homúnculo?
¿Para que querría la evolución una "pantalla de la consciencia" en
donde la información se transmitiera de forma simplificada o
esquematizada? ¿Quién es el que está viendo este escritorio de ordenador
lleno de iconos útiles para sobrevivir? La teoría de Hoffman no
soluciona el problema del por qué de la consciencia pero sí que sortea
el problema del homúnculo. La información no se repite de nuevo en una
"pantalla de cine", sino que se modifica para hacerse operativa. Si
pensamos en nuestra mente como un conjunto de módulos funcionales,
podemos pensar que tenemos módulos encargados de tomar decisiones de
alto nivel a los que les viene muy bien recibir la información cocinada
para ser operativa. Nuestro módulo-consciente estaría encargado de
tomar ciertas decisiones basándose en la información recibida por los
sentidos. Lo que recibiría en su interfaz sería un conjunto de esquemas,
resúmenes, iconos, desarrollados específicamente para ser utilizados de
la forma más eficiente posible. Es como si fueran los instrumentos de
vuelo de la cabina de un avión, ergonómicamente diseñados para ser
utilizados lo más eficazmente por el piloto. Por ejemplo, la palanca que
da potencia a los motores está perfectamente diseñada para ser agarrada
con fuerza por una mano humana; igualmente, los iconos de nuestro
"escritorio-consciencia" estarían diseñados para ser "agarrables" por
nuestro sistema de toma de decisiones.
Objeciones:
muchas, pero una especialmente hiriente. A todas las teorías que dicen
que no podemos percibir la auténtica realidad se les puede aplicar la
vieja paradoja de Epiménides. Se cuenta que Epiménides, un cretense,
decía que todos los cretenses eran unos mentirosos, lo cual,
evidentemente, nos lleva a una insalvable paradoja. Análogamente, si
Hoffman dice que todo lo que percibimos es una interfaz que no
representa la auténtica realidad, la propia teoría de la interfaz sería
también una nueva interfaz que no describe el auténtico funcionamiento
de la cognición. Hoffman debería explicarnos por qué él no es un cretense.
Otra,
que a mí se me antoja más interesante, es que Hoffman presupone que
percibir la auténtica realidad es costoso, por lo que hace falta hacer
esquemas. Esto puede ser cierto en muchas ocasiones, pero en otras no.
Podría darse el caso de que percibir ciertos elementos de la realidad
tal como es fuera, incluso, menos costoso que tener que crear un icono
en el escritorio de la consciencia. Es más, podríamos objetar que la
hipótesis de que siempre fuese así no está refutada: ¿Y si, siempre,
construir iconos en la mente fuera más caro que percibir la realidad tal
y como es? A fin de cuentas, crear un icono es realizar un paso más que
percibir la "realidad pura", a saber, transformarla en icono ¿Y si esa
transformación fuese muy cara? Hoffman debería idear un sistema de
costos para evaluar lo que cuesta el realismo en comparación con la
creación de su interfaz.
A esta multimodal user interface (MUI), Hoffman va a añadir una teoría aún más controversial si cabe: el Realismo Consciente,
que viene a decir que lo único ontológicamente existente son los
agentes conscientes, siendo la materia una mera creación de la
consciencia. El argumento fundamental en el que se basa es sostener que
todos los intentos en explicar la consciencia a partir de la materia han
sido, hasta la fecha, baldíos (lo cual es completamente cierto),
mientras que el camino inverso, explicar cómo la mente construye sus
percepciones de la materia, ha sido más exitoso (lo cual no veo yo tan
claro). De esta forma, siendo estrictamente científicos, parecería más
lógico defender este idealismo que no el materialismo tradicional de la
ciencia. Para Hoffman no habría problema alguno en invertir el orden
causal de toda la neurociencia moderna, solo habría que cambiar el orden
de las palabras: en vez de decir que clusters de neuronas causan estados mentales, tendríamos que decir que estados mentales causan clusters de neuronas, sin cambiar nada más.
En
cualquier caso, aceptemos todo o nada de lo que dicen, las ideas de
Hoffman suponen una fuerte apuesta por llevar a sus máximas
consecuencias una epistemología radicalmente evolucionista que pone en
la palestra un montón de cuestiones filosóficas que parecen, muchas
veces, en la periferia del debate científico cuando, realmente, deberían
estar en el centro. Os dejo su famosa Ted Talk (tenéis subtítulos en castellano)
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