Libre albedrío
Las causas de los actos voluntarios.
- Alonso, LuisThe oxford handbook of free will
Segunda edición. Dirigido por Robert Kane.
Oxford University Press, Oxford, 2011.
Por libre albedrío se entiende la capacidad de optar entre distintas alternativas que se nos ofrecen o crear otras nuevas. Nadie ni ninguna ley de la naturaleza puede torcer en principio nuestra voluntad. Nos consideramos capacitados para tomar decisiones. Por ello, va estrechamente vinculado al concepto de responsabilidad (moral, civil, penal, etcétera). Abordado en perspectiva histórica, el denominado problema del libre albedrío se halla relacionado con la moral de los actos, la responsabilidad, la dignidad y el rechazo social, en ética; con la naturaleza y los límites de la libertad humana, la autonomía, la coerción y el control en teoría social y política; con la compulsión, la adicción, el autocontrol, la autodecepción y la debilidad de la voluntad en psicología; con la responsabilidad y el castigo en derecho; con la relación entre mente y cuerpo, la consciencia, la naturaleza de la acción y la personalidad, en filosofía de la mente, teoría cognitiva y neurociencias; con cuestiones sobre la predestinación, el mal y la libertad humana en teología y filosofía de la religión; con cuestiones metafísicas sobre necesidad y posibilidad, determinismo, tiempo y azar, realidad cuántica, leyes de la naturaleza, causalidad y explicación en filosofía y en ciencia; y con los mecanismos cerebrales subyacentes de los procesos psicológicos aludidos en neurociencia.
Hay una explicación diagnóstica (descriptiva) del libre albedrío y una descripción prescriptiva del mismo. La primera pormenoriza los tipos de compromisos mantenidos a propósito del libre albedrío; la segunda es una propuesta para los compromisos que debieran mantenerse. Se parte, en cualquier caso, del supuesto de que la mente y la voluntad controlan algunas acciones del cuerpo.
El debate sobre la existencia o no del libre albedrío atraviesa toda la historia del pensamiento. Muchas expresiones de la cultura (pintura, teatro) lo han reflejado también. La primera edición de esta obra, aparecida en 2002, se centró en los trabajos de la segunda mitad del siglo xx cuando se renovó el interés en el tema, a raíz de los avances registrados en ciencia y filosofía. Esta segunda edición reúne 28 ensayos y agrega los debates desarrollados en la nueva centuria. Desde el siglo xvii, la controversia ha girado en torno a la cuestión determinista y la cuestión de la incompatibilidad. ¿Es verdadero el determinismo?; ¿es compatible o incompatible con el libre albedrío? Las respuestas ofrecidas a esas dos cuestiones han dado origen a las dos principales divisiones en los debates contemporáneos: deterministas e indeterministas, por un lado, y compatibilistas e incompatibilistas, por otro. Se reconocen dos clases de incompatibilistas: la libertaria, que sostiene que, al menos a veces, disponemos de libre albedrío, y la eliminativista, que defiende que carecemos de libre albedrío, atrapados como estamos en el determinismo.
Determinismo y necesidadamenazan la libertad de elección. No cabe escoger donde todo está prescrito, desde el momento en que se dan las condiciones para que se produzca el acto en cuestión. La determinación constituye un tipo de necesidad condicional. En el lenguaje de la lógica modal, el fenómeno o suceso determinado acontece en todos los mundos lógicamente posibles en que se dan las condiciones determinantes (por ejemplo, causas físicas antecedentes más leyes de la naturaleza). William James introdujo la distinción entre deterministas blandos y deterministas duros. Ambos sostienen que toda la conducta humana está determinada. Pero el determinismo duro niega incluso la propia existencia del libre albedrío, en cuanto son conceptos antitéticos.
Cabría preguntarse por qué el determinismo ético persistió a lo largo del sigloxx, siendo así que las leyes físicas —antaño baluarte del pensamiento determinista— se iban alejando de ese tipo de postulados. La mecánica cuántica introdujo el indeterminismo en el mundo físico. Hemos recorrido un largo camino desde que Pierre Simon de Laplace ponderaba los éxitos de la mecánica y la astronomía, unificadas por la teoría de la gravitación de Newton. La física incoada por Planck cuestionó el determinismo laplaciano. De acuerdo con la teoría cuántica, las partículas elementales que componen el sistema del mundo no tienen posición y momento exactos que pudieran ser simultáneamente conocidos por cualquier observador («principio de incertidumbre» de Heisenberg). En buena medida, el comportamiento de las partículas elementales, del salto cuántico en los átomos a la desintegración radiactiva, no pueden predecirse con exactitud y solo pueden explicarse mediante leyes probabilistas. Además, la incertidumbre y la indeterminación del mundo cuántico no se deben solo a nuestro conocimiento limitado, sino a la propia naturaleza del mundo físico.
Pese al evidente retroceso del determinismo en el dominio de la ciencia (teoría del caos como ejemplo), los planteamientos deterministas y compatibilistas del comportamiento humano han persistido tenaces. ¿A qué se debe semejante paradoja? Tras reconocer que algunos conceptos eje de la física cuántica podrían aplicarse al libre albedrío (indeterminismo, no localidad y participación del observador), se insiste en que el comportamiento indeterminado de las partículas elementales tiene poco que ver en cómo hemos de pensar sobre la conducta humana; podemos prescindir de la indeterminación cuántica en los sistemas físicos macroscópicos, como son el cuerpo y el cerebro humano, y continuar considerando determinado el comportamiento.
Si resulta que el determinismo no supone ninguna amenaza real contra el libre albedrío porque pudieran conciliarse, no tendría sentido preocuparse por el determinismo en la ciencia. Siendo compatibles, mantendríamos la libertad de desear lo mejor. Mostrar que tal es lo que acontece ha constituido el objetivo de los compatibilistas desde Thomas Hobbes, en el siglo XVII. Más aún, los defensores de la tesis compatibilista han trasladado la carga de la prueba a los incompatibilistas. Para estos, existen dos rasgos del libre albedrío que reflejan su incompatibilidad con el determinismo: escogemos entre un abanico de opciones, y el origen (o fuente) de nuestra elección se encuentra dentro de nosotros, no en algo sobre lo que no tenemos control. La mayoría de los argumentos en pro de la incompatibilidad proceden del primer aspecto: la exigencia de que un agente actúe libremente, por iniciativa propia, solo si este tiene posibilidades alternativas o podría haber actuado de otra forma. Se trata de la condición AP (de alternative possibilities condition), también denominada condición de la evitabilidad, por cuanto pudo haberlo hecho de otra manera. Esa incompatibilidad presume, en efecto, la existencia de posibilidades alternativas (o el poder del agente de actuar de otra manera), a modo de condición necesaria para actuar libremente.
Puesto que aquí, por definición, el determinismo no es compatible con la actuación libre, la defensa de la incompatibilidad se esquematiza en el «argumento de la consecuencia». Formulado inicialmente por Carl Ginet, David Wiggins, Peter van Inwagen, James Lamb y, en versión teológica, por Nelson Pike, el argumento de la consecuencia establece, en líneas generales, que, si el determinismo es verdadero, entonces nuestros actos son consecuencia de las leyes de la naturaleza y de acontecimientos de un pasado. Pero no depende de nosotros lo que sucedió antes de que naciéramos, ni, por ende, tampoco las consecuencias de esas cosas, incluidos nuestros actos. Si uno no es capaz de cambiar p (el pasado o las leyes de la naturaleza), entonces tampoco podemos cambiar cualquiera de las consecuencias lógicas de p (principio beta).
En una situación de determinismo, careceríamos de toda opción de actuar de un modo distinto del que actuamos; con el determinismo se descarta cualquier posibilidad de alternativa.
La idea de libre albedrío evoca una capacidad de elegir que ni remotamente se asemeja a un proceso físico, sino al concepto de yo, mente o consciencia. De ahí que muchos no admitan su adquisición en el curso de la evolución por selección natural, incardinada en una cadena de acontecimientos físicos causalmente conectados. Los enfoques biológicos modernos del problema de la elección se proponen revelar los mecanismos nerviosos implicados en la toma de decisiones, en la elección. Algunos autores recurren a parámetros economicistas, pues los organismos operan con recursos energéticos limitados. Dentro del grupo de opciones disponibles hay unas que son mejores que otras. Imaginemos que un animal, tras descubrir la presencia de un depredador, tuviera un sistema nervioso que le indujera a correr directo al depredador. No existe hoy sistema nervioso alguno que induzca semejante conducta. Con el advenimiento de las nuevas técnicas neurofisiológicas de formación de imágenes, se ha avanzado en el conocimiento de los mecanismos subyacentes de la toma de decisiones por primates (humanos y no humanos). Antes, el trabajo biológico principal se había realizado sobre bacterias e insectos, porque comprendemos mejor la genética de esos organismos y presentan sistemas nerviosos accesibles.
A modo de ejemplo, consideremos el fenómeno de la drogadicción, resultado de nuestra capacidad de tomar estimulantes. Conocemos la neuroanatomía, la neurofisiología y las interacciones moleculares del abuso de drogas. En los últimos 15 años, los modelos informáticos sobre los sistemas de procesamiento de la recompensa han añadido otra perspectiva. Los sistemas de dopamina del mesencéfalo son saboteados o perturbados por el abuso de drogas. Esos sistemas endocrinos se encuentran estrechamente vinculados con la forma en que el sistema nervioso pondera las elecciones disponibles.
En buena medida, los debates contemporáneos sobre el libre albedrío se encuadran en la naturaleza de la responsabilidad moral. Rige el principio de las posibilidades alternativas: una persona es moralmente responsable solo si pudiera haber actuado de una manera distinta. Ictus, lesiones cerebrales, coma y diversas condiciones metabólicas arruinan nuestra capacidad de enjuiciar la moralidad de los actos o ponderar nuestros estados mentales. En el replanteamiento moderno del libre albedrío han tenido un protagonismo destacado el neurocientífico Benjamín Libet y el psicólogo Daniel Wegner. Los estudios experimentales de Libet sobre actividad cerebral y producción subsiguiente de experiencia consciente, volición y acción deseada han sido objeto de vivo de debate. Libet observó que los actos voluntarios venían precedidos por una carga eléctrica específica en el cerebro («el potencial de disposición»), que empezaba cientos de milisegundos antes de que el probando mostrara consciencia de la decisión que iba a tomar. Por su parte, Wegner sostenía en The Illusion of Conscious Will (2002), que nuestra experiencia de control consciente de la acción voluntaria es una ilusión; las acciones voluntarias se iniciarían inconscientemente y nuestra consciencia de las mismas vendría causada por procesos físicos cerebrales.
Libet se ganó críticos y partidarios. Algunos le siguen en cierto tramo del recorrido: aceptan la tesis sobre cómo y cuándo se toman decisiones, pero rechazan la idea de que la voluntad sea mera ilusión. En los ensayos, a los probandos se les instruía para que indicaran la posición espacial de un punto de una esfera que iba girando en el sentido de las agujas del reloj cuando tomaran una decisión consciente sobre algo, x, que Libet describía como decisión, intención, urgencia, voluntad o deseo de hacer un movimiento. (El punto completaba una revolución en menos de tres segundos.) El momento se indicaba a través del movimiento de un dedo de la mano derecha o de la muñeca entera. Contemporáneamente, el investigador medía el movimiento real del sujeto con un electromiograma, técnica que revela la actividad bioeléctrica de los músculos, el momento exacto en que los nervios transmiten la orden motora al aparato muscular.
Un parámetro importante era el potencial de disposición (RP, de readiness potential), una medida de actividad en la corteza motora que precede al movimiento muscular voluntario; por definición, los electroencefalogramas generados en situaciones en que no existe pulso muscular no cuentan como RP.
En promedio, la aparición del RP precedía a la declaración de los individuos sobre el tiempo de su consciencia inicial de x (tiempo W) en 350 milisegundos. El tiempo W informado precede al comienzo del movimiento muscular en unos 200 milisegundos. (El potencial de disposición suele preceder a la decisión de la voluntad entre 500 y 300 milisegundos.) En breve a los –550 milisegundos se producía la respuesta RP; a los –200 milisegundos, el tiempo W informado; a los 0 milisegundos, el músculo comenzaba a moverse.
De acuerdo con la descripción de Libet, si un individuo se percata de su decisión o intención a unos –50 milisegundos, su condición es tal que el acto procede hasta su cumplimiento sin posibilidad de detenerse por el resto de la corteza cerebral; su resquicio de oportunidad queda abierto a lo largo de 100 milisegundos. El papel del libre albedrío consciente no consiste en iniciar un acto voluntario, sino en controlar si el acto ocurre. Podríamos considerar las iniciativas inconscientes como un brote cerebral. La voluntad consciente selecciona entonces cuál de esas iniciativas sigue adelante y se realiza y cuáles merecen un veto y se abortan.
Daniel Wegner descarta las intenciones conscientes entre las causas de las acciones. Admitir lo contrario es caer en una ilusión. Unas veces, las personas no son conscientes de sus acciones; otras, creen que realizan intencionadamente cosas que en realidad no hacen, y otras, las personas operan de forma automática, sin motivo aparente.
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