Para Dostoievski, de manera sencilla, el infierno existía en el mundo sólo en tanto que el ser humano rechaza a la divinidad que es el amor y se engaña a sí mismo con la idolatría del ego y la importancia personal. En uno de sus cuentos, de hecho en su última pieza, conocida como El sueño de un hombre ridículo, Dostoievski narra un sueño en el que se le revela al protagonista el significado de la vida. Podemos tomar este sueño como una nota autobiográfica.
El sitio Brain Pickings relata de manera extensa este episodio, aquí ofreceremos una versión resumida. El protagonista de la historia es un hombre que vaga por las calles de San Petersburgo en plan meditativo, reflexionando sobre su vida, la cual lo ha orillado al desprecio. El hombre, sumido en el nihilismo, decide suicidarse. Mientras está sumido en la reflexión, una pequeña niña indigente lo despierta y le suplica que la ayude, pero él se aleja y regresa a su buhardilla. El hombre tiene un revólver en la habitación; no obstante, cuando contempla esta idea el recuerdo de la pequeña niña lo asalta. Le molesta el hecho de que habiendo ya decidido suicidarse no debería sentir otra cosa que indiferencia ante la súplica de la niña, pues él de todas maneras se convertiría en nada y su acción o no acción no tendría ninguna importancia. Sin embargo, siente un dejo de piedad por la niña.
Sumido en una profunda meditación sobre la naturaleza de la conciencia y su existencia, el hombre se queda dormido. En su sueño, el hombre aparece en un lugar similar y toma el revólver y se dispara a sí mismo. Entonces reaparece en otro lugar, donde puede escuchar el ruido de personas, pero hay completa oscuridad. Se encuentra dentro de un sarcófago. Lo llevan a su entierro. Lo único que puede sentir es su corazón, donde se disparó.
En un trance de desesperación, el hombre le suplica al principio inteligente del universo: "Cualquier cosa que seas, si es que eres, si es que existe un propósito más inteligente que las cosas que ahora suceden, que estés presente aquí también". El hombre grita y suplica y en el silencio profundo algo sucede. Y descubre, entonces, que algo había cambiado. Su tumba se abre y es propulsado a la oscuridad del espacio.
El hombre, llevado por una sombra, atraviesa el cosmos entero hasta que en la oscuridad cobra relieve una pequeña luz. Al irse acercando nota que se trata del sol y siente deleite. "El entrañable poder de la luz, de la misma luz que me había engendrado, tocó mi corazón y lo revivió, y sentí la vida, la vieja vida, por primera vez después de mi muerte". El hombre despierta a un mundo similar a la Tierra, sólo que, acaso, más brillante y más alegre, llenó de personas sonrientes y tranquilas: "Al vislumbrar sus rostros instantáneamente comprendí la totalidad de las cosas".
El hombre, ya despierto, aun sabiendo que fue un sueño, mantiene la convicción de haber presenciado la verdad unitaria de la existencia: "Y es tan sencilla... La única cosa es: ama al prójimo como si fueras tú mismo -esa es la única cosa-. Eso es todo, ninguna otra cosa se necesita. Instantáneamente descubrirás cómo vivir".
Esta historia en gran medida es el testamento de Dostoievski, el cual descansa en la enseñanza más simple y a la vez más profunda del cristianismo. Una enseñanza que casi nadie es lo suficientemente valiente como para tomarla al pie de la letra.
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