Ayer fallecía Nelson Mandela a los 95 años de edad. Posiblemente desde este pequeño rincón no aportaremos nada novedoso a lo que circula en abundancia por los medios de comunicación de la aldea global; no obstante, es un imperativo hacer mención a una figura que ha sido capaz de ganarse el respeto de 'tirios y troyanos'.
El legado de Mandela es personal: su modo de vida, su ejemplo y también su capacidad de aprender de la experiencia son parte de ese mensaje. Su capacidad para involucrarse en una causa, sacrificando su propia libertad y casi su vida. Su compromiso contra el odio y el resentimiento y la capacidad para construir una Sudáfrica democrática, todavía con sus limites, donde cupiesen todos. Y este camino de llegada supuso también una maduración, viniendo de un panafricanismo revolucionario, que en su momento practicó la violencia, quizá por que el régimen del Apartheid no dejaba resquicios, al menos fácilmente visibles. Y en la soledad del cautiverio sin someterse, no abrazó el odio y respondió con magnanimidad: se mantuvo INVICTO.
Su pragmatismo, abrazando la causa de una sociedad abierta, y dejando atrás utopismos que fracasaron en países vecinos, ha puesto los cimientos para una Sudáfrica moderna y quizá marque el camino para otros países de un continente maltratado por la historia.
Hasta siempre.
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