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Estudios culturales y decadencia de las humanidades (por Roger Senserich)

En el periodo en que estoy traduciendo el artículo original (ver anterior entrada), salió esta mención al estudio en Vox Pópuli.

Muchas disciplinas que tratan de temas como masculinidad, género, sexualidad, psicoanálisis, identidad racial o gordura, están colonizadas o completamente dominadas por gente que está haciendo activismo más que academia.


Los parques para perros son lugares aparentemente inocentes. Un sitio abierto, vallado, donde los mejores amigos del hombre pueden correr felices y contentos, jugar y divertirse.


Según un estudio reciente de la doctora Helen Wilson, de la Portland Ungendering Initiative, la realidad, sin embargo, es bastante más siniestra. En un artículo publicado en la prestigiosa revista “Gender, Place, and Culture”, los parques para perros son lugares completamente imbuidos por una cultura de la violación de naturaleza opresiva y heteropatriarcal, donde perros inocentes son oprimidos en un reflejo directo de la violencia machista estructural de nuestras sociedades modernas.

Este artículo, aunque parezca mentira, es real; ha sido publicado en una publicación científica, una de las revistas más importantes y citadas en estudios de género, tras pasar un proceso de revisión entre pares. Los editores lo consideraron un trabajo excepcional, hasta el punto de seleccionarlo como un artículo destacado en los números especiales celebrando el vigesimoquinto aniversario de la publicación.

Es, también, un trabajo de ficción, o algo parecido a ello. La “autora”, Helen Wilson, no existe. El estudio empírico realizado para escribir el artículo tampoco. El texto fue escrito por tres académicos de segunda fila (Helen Pluckrose, experta en literatura religiosa medieval, James Lindsey, matemático, y Peter Boghossian, filósofo) que estaban hartos de que los departamentos de humanidades de Estados Unidos se estuvieran llenando de gente que escribe cosas absurdas.

Se ha llegado a publicar un texto que abogaba por el uso de vibradores anales por parte de hombres heterosexuales para reducir la homofobia y transfobia
Su proyecto, por llamarlo de algún modo, es una repetición del célebre escándalo Sokal de finales de los noventa, cuando Alan Sokal, un profesor de física, envío un artículo postmoderno completamente absurdo a “Social Text” (“Transgresión de frontera: hacia una hermenéutica transformativa sobre gravedad cuántica”) y consiguió publicarlo. Pluckrose, Lindsey y Boghossian supongo que se preguntaron por qué ese escándalo fue olvidado tan rápidamente, y llegaron a la conclusión de que un solo artículo fue visto como una anécdota, no un problema real: la confirmación de que las humanidades post-Derrida, Foucault y afines habían perdido el rumbo.

Así que se pusieron manos a la obra. En un proyecto secreto de investigación, digamos antropológica, escribieron veinte artículos de verborrea postmoderna dentro de las nuevas disciplinas de “estudios sociales” (estudios de género, estudios de identidad, estudios de sexualidad, etcétera), y los enviaron uno detrás de otro a las revistas académicas de mayor prestigio en cada una de estas disciplinas. Cada artículo les tomó un par de semanas de trabajo, entre leer un poco la literatura que estaban intentando imitar y escribir el texto.

El resultado: no sólo siete artículos fueron aceptados, sino que ya han sido publicados. Siete estaban en proceso de revisión, con editores y comentaristas pidiendo algunos cambios, antes de que hicieran público el proyecto cuando les descubrieron la broma. Sólo seis de sus artículos fueron rechazados.

Vale la pena pararse a leer algunas de las perlas que colaron como publicaciones para darse cuenta de la magnitud del problema. Aparte del delirante artículo sobre violaciones caninas, los autores consiguieron publicar un texto que abogaba por el uso de vibradores anales por parte de hombres heterosexuales para reducir la homofobia y transfobia; otro que defendía sin despeinarse que todas las críticas a los artículos sobre justicia social son inmorales y basadas en el privilegio; y un monólogo sobre el divorcio escrito por un generador de poemas adolescentes aleatorio que encontraron por internet. Su obra cumbre, sin embargo, es para mí “Nuestra lucha es mi lucha: feminismo solidario como una respuesta interseccional al feminismo neoliberal y electivo”, una diatriba sobre género que resulta ser una traducción completa, con mínimas alteraciones, del capítulo 12 de Mein Kampf.  Sí, ellibro escrito por Adolf Hitler.

Un estudio sobre feminismo solidario resultó ser una traducción completa, con mínimas alteraciones, del capítulo 12 del ‘Mein Kampf’ de Adolf Hitler
Lo más clarificador y triste del asunto es que Pluckrose, Lindsey y Boghossian fueron capaces de escribir más de una decena de artículos que pasaron controles para ser publicados tras apenas unas semanas de “estudio”. Cualquier disciplina en que uno pueda pasar como un experto de este modo es una señal clara que hay algo que funciona muy, muy mal.

No hace falta decirlo, la reacción en el mundo académico ha sido gloriosa. Desde el sector de las humanidades que se dedica a esta clase de estudios, la reacción ha oscilado entra la indignación airada contra los autores y la proclamación de que el sistema ha funcionado y han detectado los fraudes, a denuncias contundentes por parte del sector de la disciplina que no ha perdido la cabeza y conserva cierta honestidad intelectual. Desde la derecha americana, muy crítica con la progresía académica que se dedica a hablar de agravios y discriminación, el estudio/broma ha sido aclamado como una demostración de la decadencia de la educación superior en Estados Unidos, y la necesidad de hacer limpieza a fondo en según qué campus.

Mi impresión es que, en este punto, la derecha americana tiene bastante razón. Hay un sector considerable de las ciencias sociales en Estados Unidos (y España, no nos engañemos) que vive dedicada a investigar temas sociales importantes a base de escribir artículos buscando confirmar su agenda. Hay heteropatriarcado, voy a escribir sobre heteropatriarcado, y todos mis estudios tienen como punto de partida que el heteropatriarcado está en todas partes y lo explica todo, con independencia de la evidencia empírica, coherencia interna o aprecio por la realidad y la lógica. El resultado es que muchas disciplinas sobre temas increíblemente importantes (¡la discriminación racial o de género es increíblemente importante!) están colonizadas, ocupadas o completamente dominadas por gente que está haciendo activismo más que academia, y que están haciendo más daño que bien al conocimiento humano sobre la materia y la causa que defienden que otra cosa.

Por supuesto, como señalan los mismos autores, la mayoría de los estudios sobre masculinidad, género, sexualidad, psicoanálisis, identidad racial, gordura en su contexto social o filosofía de la educación no son desastres postmodernos insalvables. Su proyecto sólo demuestra que muchas de estas disciplinas tienen un rigor intelectual entre escaso y nulo, y que, dada su importancia, los departamentos de humanidades deberían tomar medidas antes de que acaben siendo controlados por iluminados postmodernos más que otra cosa. El activismo y la ciencia deben permanecer separados, para el bien de ambos.

Roger Senserrich | voz populi autores

Roger Senserrich
Politólogo residente en New Haven, Connecticut. Entre sus obsesiones se encuentran discutir con políticos, leer sobre ferrocarriles, los musicales de Broadway y los videojuegos. Es miembro fundador de Politikon.es, donde escribe en sus ratos libres.

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