En el periodo en que estoy traduciendo el artículo original (ver anterior entrada), salió esta mención al estudio en Vox Pópuli.
Muchas disciplinas que tratan de temas como masculinidad, género, sexualidad, psicoanálisis, identidad racial o gordura, están colonizadas o completamente dominadas por gente que está haciendo activismo más que academia.
Este artículo, aunque
parezca mentira, es real; ha sido publicado en una publicación
científica, una de las revistas más importantes y citadas en estudios de
género, tras pasar un proceso de revisión entre pares. Los editores lo
consideraron un trabajo excepcional, hasta el punto de seleccionarlo
como un artículo destacado en los números especiales celebrando el
vigesimoquinto aniversario de la publicación.
Muchas disciplinas que tratan de temas como masculinidad, género, sexualidad, psicoanálisis, identidad racial o gordura, están colonizadas o completamente dominadas por gente que está haciendo activismo más que academia.
Los parques para perros son lugares
aparentemente inocentes. Un sitio abierto, vallado, donde los mejores
amigos del hombre pueden correr felices y contentos, jugar y divertirse.
Según un estudio reciente de la doctora Helen Wilson,
de la Portland Ungendering Initiative, la realidad, sin embargo, es
bastante más siniestra. En un artículo publicado en la prestigiosa
revista “Gender, Place, and Culture”, los parques para perros son
lugares completamente imbuidos por una cultura de la violación de
naturaleza opresiva y heteropatriarcal, donde perros inocentes son
oprimidos en un reflejo directo de la violencia machista estructural de
nuestras sociedades modernas.
Es, también, un trabajo de ficción,
o algo parecido a ello. La “autora”, Helen Wilson, no existe. El
estudio empírico realizado para escribir el artículo tampoco. El texto
fue escrito por tres académicos de segunda fila (Helen Pluckrose, experta en literatura religiosa medieval, James Lindsey, matemático, y Peter Boghossian,
filósofo) que estaban hartos de que los departamentos de humanidades de
Estados Unidos se estuvieran llenando de gente que escribe cosas
absurdas.
Se ha llegado a publicar un texto que abogaba por el uso de vibradores anales por parte de hombres heterosexuales para reducir la homofobia y transfobia
Su proyecto, por llamarlo de algún modo, es una repetición del célebre escándalo Sokal de finales de los noventa, cuando Alan Sokal, un profesor de física, envío un artículo postmoderno completamente absurdo a “Social Text” (“Transgresión de frontera: hacia una hermenéutica transformativa sobre gravedad cuántica”)
y consiguió publicarlo. Pluckrose, Lindsey y Boghossian supongo que se
preguntaron por qué ese escándalo fue olvidado tan rápidamente, y
llegaron a la conclusión de que un solo artículo fue visto como una
anécdota, no un problema real: la confirmación de que las humanidades
post-Derrida, Foucault y afines habían perdido el rumbo.
Así que se pusieron manos a la obra. En un proyecto secreto de investigación, digamos antropológica, escribieron veinte artículos
de verborrea postmoderna dentro de las nuevas disciplinas de “estudios
sociales” (estudios de género, estudios de identidad, estudios de
sexualidad, etcétera), y los enviaron uno detrás de otro a las revistas
académicas de mayor prestigio en cada una de estas disciplinas. Cada
artículo les tomó un par de semanas de trabajo, entre leer un poco la
literatura que estaban intentando imitar y escribir el texto.
El
resultado: no sólo siete artículos fueron aceptados, sino que ya han
sido publicados. Siete estaban en proceso de revisión, con editores y
comentaristas pidiendo algunos cambios, antes de que hicieran público el
proyecto cuando les descubrieron la broma. Sólo seis de sus artículos fueron rechazados.
Vale
la pena pararse a leer algunas de las perlas que colaron como
publicaciones para darse cuenta de la magnitud del problema. Aparte del
delirante artículo sobre violaciones caninas, los autores consiguieron
publicar un texto que abogaba por el uso de vibradores anales por parte
de hombres heterosexuales para reducir la homofobia y transfobia; otro que defendía sin despeinarse que todas
las críticas a los artículos sobre justicia social son inmorales y
basadas en el privilegio; y un monólogo sobre el divorcio escrito por un generador de poemas adolescentes aleatorio que encontraron por internet. Su obra cumbre, sin embargo, es para mí “Nuestra lucha es mi lucha: feminismo solidario como una respuesta interseccional al feminismo neoliberal y electivo”, una diatriba sobre género que resulta ser una traducción completa, con mínimas alteraciones, del capítulo 12 de Mein Kampf. Sí, ellibro escrito por Adolf Hitler.
Un estudio sobre feminismo solidario resultó ser una traducción completa, con mínimas alteraciones, del capítulo 12 del ‘Mein Kampf’ de Adolf Hitler
Lo más clarificador y triste del asunto es que Pluckrose,
Lindsey y Boghossian fueron capaces de escribir más de una decena de
artículos que pasaron controles para ser publicados tras apenas unas
semanas de “estudio”. Cualquier disciplina en que uno pueda pasar como
un experto de este modo es una señal clara que hay algo que funciona
muy, muy mal.
No hace falta decirlo, la reacción en el
mundo académico ha sido gloriosa. Desde el sector de las humanidades
que se dedica a esta clase de estudios, la reacción ha oscilado entra la
indignación airada contra los autores y la proclamación de que el
sistema ha funcionado y han detectado los fraudes, a denuncias
contundentes por parte del sector de la disciplina que no ha perdido la
cabeza y conserva cierta honestidad intelectual. Desde la derecha americana,
muy crítica con la progresía académica que se dedica a hablar de
agravios y discriminación, el estudio/broma ha sido aclamado como una
demostración de la decadencia de la educación superior en Estados Unidos, y la necesidad de hacer limpieza a fondo en según qué campus.
Mi
impresión es que, en este punto, la derecha americana tiene bastante
razón. Hay un sector considerable de las ciencias sociales en Estados
Unidos (y España, no nos engañemos) que vive dedicada a investigar temas
sociales importantes a base de escribir artículos buscando confirmar su
agenda. Hay heteropatriarcado, voy a escribir sobre heteropatriarcado, y
todos mis estudios tienen como punto de partida que el
heteropatriarcado está en todas partes y lo explica todo, con
independencia de la evidencia empírica, coherencia interna o aprecio por
la realidad y la lógica. El resultado es que muchas disciplinas sobre
temas increíblemente importantes (¡la discriminación racial o de género
es increíblemente importante!) están colonizadas, ocupadas o
completamente dominadas por gente que está haciendo activismo más que
academia, y que están haciendo más daño que bien al conocimiento humano
sobre la materia y la causa que defienden que otra cosa.
Por
supuesto, como señalan los mismos autores, la mayoría de los estudios
sobre masculinidad, género, sexualidad, psicoanálisis, identidad racial,
gordura en su contexto social o filosofía de la educación no son
desastres postmodernos insalvables. Su proyecto sólo demuestra que
muchas de estas disciplinas tienen un rigor intelectual entre escaso y
nulo, y que, dada su importancia, los departamentos de humanidades
deberían tomar medidas antes de que acaben siendo controlados por
iluminados postmodernos más que otra cosa. El activismo y la ciencia
deben permanecer separados, para el bien de ambos.
Roger Senserrich | voz populi autores
Politólogo residente en New Haven, Connecticut. Entre
sus obsesiones se encuentran discutir con políticos, leer sobre
ferrocarriles, los musicales de Broadway y los videojuegos. Es miembro
fundador de Politikon.es, donde escribe en sus ratos libres.
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